TOÑITO Y SU ÉPOCA

CAPACHO

TOÑITO Y SU ÉPOCA

En 1905, fecha de nacimiento de nuestro personaje, había 4050 habitantes en el pequeño poblado de Granada, (un año antes llamado Santa Bárbara de los Vahos)  y estaba bajo la tutela espiritual del padre Clementico, un sacerdote oriundo de El Santuario, Antioquia y   Párroco de Granada, durante 62 años.

Se puede colegir que en 1905, Granada era un villorrio aislado, pues la carretera que la comunicaría con Medellín tardaría todavía 30 años más; la energía eléctrica sólo se conoció en el año 1921 todo porque el padre Policarpo María Gómez (Polito) trajo una pequeñísima planta que escasamente lograba encender unos pocos bombillos en la plaza principal.

Tardarían otros 18 años para que otra planta más potente ubicada en la vereda La Cascada entrara en funcionamiento, aunque, como es obvio, con muchas restricciones, pues no alcanzaba a cubrir la demanda de sólo iluminación de la población, en ese momento, de diez mil habitantes que, generalmente se encontraban todos en el pueblo los fines de semana.

En ese ambiente sin acueducto, que era suplido por tres chorros: uno ubicado en La Plazuela, otro en la plaza principal y uno más en El Zacatín; pero  con  cultivos casi en el parque principal,  nacieron personajes de la talla de Monseñor Gregorio Nacianceno Hoyos, primer Obispo de Manizales; Tiberio de J. Salazar y Herrera, segundo obispo de la misma ciudad y arzobispo de Medellín; el doctor Jesús María Yepes, primer internacionalista que tuvo Colombia y a su vez, director del periódico El Colombiano y personaje trascendental en la terminación de la guerra con el Perú.

Cuna también es Granada del Padre del Cooperativismo, fundador de más de doscientas cooperativas y Cooperativista del siglo XX en Colombia, el doctor Francisco Luis Jiménez, quien, a sus ciento cuatro años de edad, aún asistía a su oficina y disertaba y escribía sobre su pasión: el cooperativismo y el padre Clementico. Además, Granada es patria chica entre muchos, del hombre cívico y artista por excelencia Ramón Eduardo Duque, sobre quien giraba toda la vida cultural del pueblo, y obviamente, cuna también de José Antonio* Hoyos o “Toñito Capacho”.

Vástago de una rancia familia donde le infundieron el espíritu de servicio cristiano hacia los semejantes, practicando el divino mandamiento del amor y la caridad enseñado por el párroco Clemente Giraldo, quien…  “el 14 de abril de 1871 llegó a la entonces parroquia de Vahos. Aquí optó definitivamente por los pobres, y desheredados de la fortuna: predicó el bien en todos los tonos, sobre todo practicándolo. Cuidó de la moral tradicional con gran celo, eso sí, sin descuidar el progreso y fue así como creó colegios, abrió caminos, fundó pueblos, impulsó el desarrollo y transformó costumbres”.

José María Ospina escribió del padre Clementico:

“Cuando llegó a este pueblo, / los hombres en dos bandos/ luchaban como lobos, / sin su ambición calmar. / Él dijo su palabra;/ las iras fue aplacando;/ les dijo “sedes humildes y aprenderéis a amar”. /

Y es que el amor al prójimo es la máxima manifestación de humanidad, el cual necesariamente Dios retribuye también en amor.

TOÑITO:

Ahí, en una casa de tipo republicano, haciendo esquina perfecta en el marco de la plaza principal, donde se conjugan la calle Bolívar y la carrera Giraldo, bajo balcones de madera tallada se encuentran la vivienda y el negocio de Toñito Capacho.

Grandes mostradores y entrepaños de madera de comino muestran a la clientela lo mejor y más fino del mercado: telas en cortes de dril y paño; sombreros Barbisio, zapatos Grulla y encharolados, ruanas Marulanda; cobijas, medias y todo para el buen vestir entreverado también con artículos de consumo más rural como ponchos, sombreros de caña y cotizas accesibles a todos los bolsillos.

Y ahí, como un capitán frente al timón de su barco, está Toñito: hombre con poco estudio, pero doctorado por la vida; de mediana estatura y vestido impecablemente con pantalón de paño, sombrero de Barbisio de fieltro, cargaderas y a un lado, una impecable ruana blanca, para el momento en que llegara la hora de ir al templo a participar de alguna ceremonia religiosa, dígase la Hora Santa, Las Cuarenta Horas o el Viacrucis.

Y en su momento, el negocio tenía tanta demanda que ocurría algo bien simpático: cuando una camisa o vestido lograba imponerse, el pueblo prácticamente se uniformaba con esa prenda, de manera que era bien fácil en una sola cuadra, encontrarse tres paisanos con el mismo color y estilo de vestimenta, lo que era tema de charla entre los mismos poseedores de la prenda.

Pero, en sus inicios, allá por los años 30, Toñito no vendía ropa. Ofrecía al fiado más que al contado, abarrotes, cigarrillos y tabacos a los parroquianos, quienes especialmente los fines de semana salían a hacer mercado y a posar en alguna de las casas, donde, como en inquilinatos, el sábado y domingo se acomodaban dos o tres familias, emparentadas entre sí, lo cual podía fácilmente equivaler a 25 personas entre cuñados, tíos, sobrinos, primos,  y uno que otro invitado a quien los tragos cogieron sin dormida.

La primera y segunda guerras mundiales, la de los Mil Días y el Bogotazo pasaron por Granada casi sin alterar la monotonía deliciosa de aldea casi olvidada por los hombres, pero no por Dios.

Porque, merced a la segunda guerra, por prohibiciones de que austriacos o alemanes estuviesen cerca de las costas, aparecieron por aquí en el interior de la República, en el año 1940, las reverendas Hermanas Franciscanas, para dejar su impronta en la educación de generaciones y para guiar, con la parroquia, los destinos espirituales de los granadinos.

De esa estela de religiosas extranjeras que dejaron su hogar allende sus fronteras patrias para servir a Granada, hoy recordamos con cariño a las hermanas Mayela Hartmann, Olivia Osl, Griselda Burger, Gregaria Duch, Luisa Bonler, quienes sembraron en las, entonces jóvenes granadinas, la posibilidad de ingresar al convento para convertirse en religiosas y ser discípulas de San Francisco de Asís.

E, inmerso ahí, en este ambiente estaba Toñito, el hombre recto, católico, tradicionalista y amante de su familia, a quien las lisonjas de la política no lo atrajeron, aunque era conocido como un conservador a ultranza. No se le conoció cargo honorífico o público, ni intereses o tratos con chusmeros o pájaros que diezmaban los campos y pueblos que no compartieran su ideario político.

El hombre que mezclaba en una mágica amalgama su condición de hombre de pueblo y a su vez de campo, pues siempre le sacó tiempo al negocio para, montado en un burrito, visitar el ganado y cultivar la tierra en sus fincas de El Roble, La Honda y El Cabezón.

Pero, no se crea que Toñito era un potentado terrateniente; no, pues las famosas fincas no pasaban de ser unas cuantas cuadras de tierra, idénticas a los minifundios que han prevalecido en Granada; ni que su ganado fuera un hato de miles de cabezas, puesto que  no pasaban de tres o cuatro vaquitas para tenerlas como entretenedero, sin mucho afán comercial.

Con su esposa doña Lucila tuvo y levantó diez hijos, quienes posteriormente eligieron libremente sus caminos; es así como de su prole, influenciados por ese ambiente católico en que se desenvolvía Granada, tres hombres se decidieron por la vida religiosa, una fue educadora, otro entrenador y deportista: el  muy reconocido Fernando Capacho y otros más se dedicaron al comercio.

En sitio aledaño a su almacén, uno de sus hijos, Gonzalo, colocó el almacén llamado La Palma y Alfredo emulaba  el oficio de su progenitor con la venta de ropa, sombreros, ruanas y demás, como otrora lo hiciera Toñito.

Toñito Capacho el hombre sinónimo de caridad a quien llegaba la gente pobre y nunca salía sin su zapatito o ropita, y en algunos casos con dinero para resolver en algo su extremada pobreza. El personaje que sembraba maíz exclusivamente para repartir entre los pobres; el hombre que volvía una fiesta la navidad granadina pues era quien repartía, como aguinaldo, incontables cobijas a los necesitados.

Toñito hizo parte esencial de Sociedad San Vicente de Paúl, organización que por antonomasia es sinónimo de asistencia y caridad con los más desvalidos. Tanta huella dejó en la institución que la oficina de la Sociedad, se encuentra su imagen como reconocimiento a un gran benefactor.

Toñito, el que sin sobresaltos emigró de su pueblo un día de la década de los setenta para estar más cerca de los suyos que ya habían crecido y estaban viviendo en Medellín, entregó su alma al creador en un día del año 1985.

Aporte histórico de Francisco Hoyos Hoyos (Pacho Hoyos):

“…Pero me quedan dos inquietudes sobre Toñito Capacho. La primera, que no se llamaba José Antonio sino Antonio José. La moda de anteponer el José, en Granada ocurrió en la época moderna que te tocó a vos, pa’ que pudieras acceder a la originalidad de Chepe Caliche… Era Antonio José. Te lo digo yo que, como escribiente de la Alcaldía, con frecuencia me tocaba recibirle declaraciones sobre la buena conducta de ciudadanos detenidos arbitrariamente por las alcaldadas del Teniente Vargas.

Segundo: la gama de las marcas de los sombreros que distribuía, era más variada: Barbisio, Borsalino y Monterrey, que eran las que correspondían a la Distribuidora Nacional de Sombreros. En la cinta interior de cada sombrero aparecía una inscripción que decía más o menos así: “DISTRISOM. Concesión Antonio J. Hoyos Jiménez, Granada”. Me acuerdo como si fuera antier…”

-Capacho es la envoltura de las mazorcas de maíz. 

 

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.