
LO QUE NO PUDO EL COVID LO HIZO EL ÓMICRON
UN PAISA EN APUROS
(Lectura: 4 minutos)
“Hombre Pacho Hoyos, muy buenos días. Ese bicho al que le hice el quite durante casi dos años, parece que al fin me agarró; pero no pudo conmigo el tal Cóvid sino un sobrino de ese vergajo: el Ómicron; aunque tengo dudas y por eso lo voy a denominar gripa porque estoy con dolor en la tusta, los fuelles me suenan, estoy todo escarrusiao y además la tosecita no es la de un enamorado; pero eso no es motivo para no emitir mi concepto sobre la edición de la querida Revista Granada que aparecerá….”
Así, charlando, comenzó a manifestarse en mí algo iniciado o contagiado universalmente, según se decía, por un medio tan increíble como es un sancocho chino de murciélago. Otro estigma para el pobre animalito, además del de Drácula que tan mal parado lo deja ante la gente. ¡Es que no puede uno ni ser feo!
Y se creyera o no en él, ese virus había paralizado al mundo con millones de personas obligadas a trabajar desde su casa, con las oficinas y tiendas cerradas como parte de las medidas de contención y con los viajes aéreos, marítimos, fluviales y terrestres totalmente parados unas veces y restringidos otras, en todas partes del planeta.
Y, mientras la humanidad se dividía en dos bandos: los que creían vs los que no en el virus, el Cóvid mataba gente de ambos bandos, sin distingos, empezando por los más viejitos, se decía.
Ahí estaba, pues, este virus real que no sólo fue detectado por técnicas diagnósticas sino confirmado en la realidad por las personas que llegaban enfermas a los centros de salud. Y, yo sería una de ellas.
Veinte días después, Pacho “Cholito” me llamó de nuevo y me preguntó que cómo me había ido con “la gripita esa”.
-¿Gripita? ¡Oigan a este!: Esperá yo te cuento, Pacho. –Le dije.
-Después de la charlada virtual que pegamos, seguí con la maluquera y mi familia llamó a una empresa de emergencias médicas, pues ya llevaba unos 5 días todo desmadejado, con fiebre y sin ganas de hacer nada. Llegaron y de una, con solo verme, la médica dijo así, sin anestesia:
-Para mí, eso es Cóvid. Es mejor que se haga la prueba. –Me recetó algunas inyecciones dolorosas, medicamentos para la fiebre y se fue.
-Pacho: Y en ese momento que la gente cuando estaba maluca solo se aislaba y tomaba remedios caseros como la moringa, ¿vos qué hiciste, entonces?
Yo seguía muy enfermoso y por eso a los dos días, estaba en la EPS todo escarrusiado y me embutieron por cada aleta de las ñatas, un palillo largo.
Lagrimié fastidiado y salí. Como quedé como fregao, mi señora y uno de mis hijos me llevó para urgencias de mi EPS, pero estaba al tope, porque el miedo aún era latente, pese a llevar en pandemia casi dos años.
Decidieron entonces llevarme a la clínica donde tengo historia hace 7 años por ataques cardiacos, o sea que era un paciente delicado y estábamos de buenas: No había mucha fila de gente esperando.
– Pacho: ¿Y cómo te fue en la sala urgencia a vos que sos siempre tan positivo, hombre José Carlos?
En la sala de espera yo estaba todo charlista con los que había a mi lado; ya me estaba sintiendo hasta aliviado y me pareció que era bobada estar allá, viendo llegar gente más enferma que yo. Aunque he sido un tipo positivo, ahora no esperaba serlo tanto. Tras varias horas de estar allá, llegó el resultado de la prueba: ¡Positivo! En esto sí se le fue la mano a mi Dios, me dije algo aburrido. La cosa se comenzó a complicar cuando llegó ese resultado que no era el de una lotería.
– Pacho: Y vos ¿ qué pensaste ante el resultado?
Yo no dimensionaba el peligro tan grande, hombre Pacho. Eso fue como si hubieran visto a un ser del otro mundo (o pa´l otro mundo): de inmediato me aislaron, me pusieron oxígeno, me sacaron muestras de sangre, de gases arteriales más dolorosas que un berraco, mientras miraba más asustado que un mico recién cogido, pero tosiendo en seco.
Ahora era esperar que hubiera cama y, gracias a Dios, al rato me llevaron a una pieza donde estaría en cuarentena no por cuarenta días sino siete, como mínimo.
-Pacho: ¿Y te quedabas solo en esa pieza en cuarentena? Qué aburrición tan berraca, hombre Chepe.
Mi señora, tan querida ella, pidió permiso para estar conmigo, pero le dijeron que si se quedaba no podía asomar ni las narices a la puerta, porque “su esposo va a estar aislado”. Ella les dijo que sí se sometía y más ahora que me veía como tan de pa atrás. Fue a casa por ropa para unos 8 días y se encerró conmigo a compartir mi Cóvid.
– Pacho: Y dicen que estar en un hospital, aunque sea muy bonito es muy berraco. ¿Cómo te sentías vos que sos tan integrado con la gente, en un cuarto y de sobremesa aislado, porque ya contagiabas pero no de alegría?
Esperáte pues, Pacho. Como en una cámara espacial, estábamos mi esposa y yo aislados física, aunque no virtualmente, del mundo. ¡Bendita tecnología!
Al otro día, con una tocesita de perro y con todos los cuidados para no contagiar a nadie, me sacaron en silla de ruedas a un aparato donde detectaron que además de Covid tenía neumonía. La cosa se complicaba, hombre Pacho.
Entraban los médicos y enfermeras tapados como astronautas, me daban medicamentos, me tomaban signos vitales, pinchazos dolorosos buscando arterias, saturación de la sangre, nada grato pero necesario para mi recuperación y cuando iban a salir, se quitaban todo ese atuendo y lo dejaban en un tarro de basura. Acababan más ropa que el Hombre Increíble.
Entre los médicos estuvo siempre muy atento y formalito monitoreándome diariamente el cardiólogo y paisano Álvaro Mauricio Quintero Ossa, quien sabía de mi preexistencia de infartos agudos ante los cuales también estuvo pendiente siempre. (¡Gracias, Doctor Álvaro!)
Muy valientes todos, pero, lo que me parecía también impresionante era que diariamente aparecía un personaje sin miedo y con fe que nos suministraba la Comunión: era un sacerdote que afrontando los peligros de contagios visitaba uno a uno los cuartos de quienes quisiéramos recibir el Cuerpo de Cristo. Esa medicina espiritual fue muy reconfortante para mí, hombre Pacho. Te cuento, también que mi señora y yo desgranábamos rosarios y rezábamos muchas oraciones para salir bien o si no, pues pa que me fuera derechito pal cielo si era la voluntad de Él.
-Pacho: ¿Y, tu señora no se aburría mucho al lado de un enfermo y encerrada en un cuarto, hombre José Carlos?
Para mi esposa, hombre Pacho, era más difícil que para mí estar allá, porque estaba sana; mientras que yo, como paciente, no tenía otra alternativa… ni alientos, porque mi debilidad era muy grande. Moverme de la cama era como levantar doscientos kilos, cuando en esos momentos tendría escasamente cincuenta.
Pacho: ¿Y cómo te fue con la comida o el bitute que llamamos en Granada?
La comida era balanceada para enfermos pero buena; lo malo es que yo ya había perdido el apetito totalmente: Que Dios me perdone, pero era mejor ver entrar a la enfermera con una jeringa ganadera que escuchar a la señora del restaurante anunciando el almuerzo. Mi inapetencia era total mientras me consumía físicamente, porque además, mi estómago comenzó a funcionar muy lentamente, lo que luego me causaría muchas molestias y sobresaltos.
Mi deterioro era impresionante; tanto que por una ventana posterior de la pieza podía verme de lejos con mis hijos y nietos y al verme en pijama, con el oxígeno y todo flaco, Pablito, uno de mis bellos nietos se puso a llorar. A mí también se me encharcaron los ojos.
– Pacho: Y con todo ese panorama, ¿no estabas muy afectado psíquicamente por el encierro, las medicinas, el insomnio y todo lo que pasaba?
Pese a mi estado físico disminuido, el síquico estaba intacto, lleno de optimismo, sin olvidar lógicamente, el peligro de agravarme.
Por eso, mis amigos que como en plebiscito preguntaban por mí o se comunicaban conmigo, viendo cómo las respuestas de WhatsApp eran normales, optimistas como cuando estaba sano, creían que estaba muy bien, aunque la realidad era otra.
– Pacho: ¿Y en ese encierro no te dabas cuenta a veces de lo que pasaba en el exterior de la habitación, hombre José Carlos?
Por las carreras de las enfermeras en los corredores, mi esposa y yo sabíamos que algo pasaba en nuestra área y claro: era que algunos de los pacientes del pabellón fallecían pese a los muchos cuidados del personal de la clínica.
Pacho: ¡O sea que pensaste en que podías morirte!
El fantasma de la muerte siempre me rondaba, máxime que estuve dos días muy maluco, hasta el punto de creer, o mejor, estar seguro, de que si seguía así me llevarían a la UCI, que en su momento era acercarse un paso más al final de mi muy corta existencia.
Pero no sucedió: los medicamentos comenzaron a hacer su efecto beneficioso y a los 8 días me dieron de alta, pero para seguirme cuidando con oxigeno permanente en la casa que es sin duda, el lugar más bello del mundo.
– Pacho: Algunos quedan con secuelas o entuertos después de la enfermedad. ¿Vos quedaste con algunos?
En casa, aún con oxígeno, comencé a saturar mejor cada día, pero como te dije antes, el sistema digestivo prácticamente se había detenido y lo poco que comía caía literalmente como a un pozo séptico donde se quedaba y nada pasaba, de no ser los gases que me producían cólicos muy fuertes de estómago. Nada servía para reactivarlo; ni los remedios caseros, ni los recetados que lo pondrían a uno derecho, ni las frutas que eran “benditas pa´ dar del cuerpo.” Sólo quedaba orar y orar y esperar.
Al fin, unos 12 días después de llegar a casa, pude hacer la primera evacuación o deposición que normalizó poco a poco mi situación digestiva. Diez kilos perdí, los cuales comencé a recuperar gramo por gramo en un término de tres meses, cuando mi organismo asimiló de nuevo lentamente los alimentos.
– Pacho: ¿Y cómo te sentís ahora, hombre José Carlos?
Muy aliviado. Tanto que como ves, sigo escribiendo. Infartos más Cóvid: ya van dos sustos y son historia pa seguir contando, hombrre Pacho.
Glosario:
Tusta: Cabeza, cráneo.
Fuelles: Nombre dado a los pulmones,
Covid: La enfermedad por coronavirus (COVID-19) es una enfermedad infecciosa causada por el virus SARS-CoV-2.
La maluquera: Efectos físicos de alguna enfermedad.
Desmadejado: Sin alientos, como una madeja.
Muy enfermoso: Grado más alto que el de maluco.
Escarrusiado: Con la piel arrozuda, erizada por algún frío, fiebre o susto.
Todo charlista: Muy conversador; de buen humor.
Como fregao: Algo enfermo aunque no de gravedad.
Tocesita de perro: Tos seca, sin desgarre.


José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.